Por Sofi Laparra López
La aventura de viaje comenzó en el Aeropuerto Internacional de la Ciudad de México (AICM), con un recorrido en el Aerotren desde la Terminal Uno hasta la Terminal Dos.
El trayecto fue corto, apenas unos cuantos minutos, pero lleno de emoción porque significaba que el vuelo hacia Guadalajara estaba a punto de comenzar y se pudieron observar las pistas del aeropuerto.
En la sala de espera todo era movimiento: pasajeros revisando sus boletos, anuncios de vuelos por altavoz y la emoción de quienes, esperaban abordar.
Cuando llegó el momento, el embarque se realizó sin contratiempos, y pronto todos estaban listos en el avión.
El despegue fue uno de los momentos más especiales. Desde la ventanilla, se pudo ver claramente el área donde unos días antes habíamos conocido al equipo de Control de Fauna del AICM, quienes cuidan a las aves y animales que viven cerca del aeropuerto para que no interfieran con los vuelos.
Ese recuerdo hizo aún más significativa la experiencia.
Durante el trayecto, el avión mantuvo un vuelo tranquilo, mientras abajo quedaban montañas, ciudades y nubes que parecían algodón.

Fue un viaje breve, pero suficiente para disfrutar de la sensación de volar sobre gran parte del centro del país.
El aterrizaje en Guadalajara trajo la parte más emocionante: algunos movimientos inesperados del avión hicieron que varios pasajeros se sorprendieran.
Un pequeño susto, aunque pronto terminó en risas cuando todos se dieron cuenta de que el aterrizaje había sido seguro.
Con esto, la aventura concluyó de manera inolvidable: un viaje que unió aprendizajes, recuerdos recientes y la emoción de descubrir un nuevo destino desde las alturas.
Así se ve el mundo… Desde mi Altitud.