Por: Raúl S. Llamas
En días recientes, la diputada federal de Morena, Olga Leticia Chávez Rojas, generó polémica al admitir públicamente que utiliza inteligencia artificial para resumir dictámenes legislativos que pueden superar las doscientas páginas.
“Actualícense. Son unos ignorantes”, espetó la legisladora al defender su uso de herramientas como ChatGPT, con las que —según dijo— puede procesar el contenido de complejos documentos en apenas quince minutos.
Lo que para algunos puede sonar como un avance en eficiencia legislativa, para otros representa una renuncia preocupante al ejercicio pleno de la responsabilidad política. Porque una cosa es apoyarse en la tecnología para ampliar capacidades; otra muy distinta es delegar el criterio, la lectura y el juicio a una máquina.
El Congreso de la Unión no puede ni debe convertirse en una pasarela de iniciativas “resumidas por IA” y votadas sin reflexión. Legislar es comprender, contrastar, deliberar y decidir. No basta con leer un resumen; se requiere sensibilidad, contexto y sentido crítico.
¿Qué sigue? ¿Que una diputada suba a tribuna a leer un dictamen que ni siquiera escribió ni entendió, mientras el país entero observa cómo la representación popular se degrada al nivel de copiar y pegar? La política ya vivía momentos de descrédito, pero sustituir el pensamiento por atajos tecnológicos es un paso más hacia la irrelevancia institucional. El Congreso no necesita procesadores de texto: necesita conciencia, formación y compromiso con la verdad.
El uso de inteligencia artificial en la vida pública es inevitable y —bien aplicado— puede ser incluso deseable. Pero su implementación debe partir de la conciencia, no de la comodidad.
Imaginar a legisladores tomando decisiones clave con base en prompts automatizados es una distopía que ya está tocando la puerta. Y lo más grave no es la tecnología en sí, sino la frivolización del deber legislativo.
Porque si un dictamen puede votarse sin ser leído por sus representantes, ¿para qué existe entonces el Congreso?
La inteligencia puede ser artificial.
Pero la irresponsabilidad, como estamos viendo, sigue siendo dolorosamente humana.