Por: Geneviv Lanndry
Vancouver, Canadá.-
Con el regreso de Donald Trump a la Casa Blanca, la relación entre Canadá y Estados Unidos ha entrado en una etapa de tensión abierta. En apenas unos meses, el país que durante décadas presumió una frontera no militarizada con su vecino del sur enfrenta ahora amenazas económicas, arancelarias y simbólicas de anexión que han sorprendido incluso a los más escépticos.
“Trump ha cruzado una línea retórica que pone a prueba no solo nuestra relación bilateral, sino la fortaleza misma del proyecto canadiense”, expresó a Llamas Comunicación un diplomático retirado con décadas de experiencia en relaciones exteriores.
La reciente cumbre del G7, celebrada precisamente en suelo canadiense —un gesto de confianza de las democracias más influyentes del planeta— sirvió de escenario para una respuesta contundente. El primer ministro Justin Trudeau no solo defendió la soberanía nacional frente a las insinuaciones del mandatario estadounidense, sino que logró articular una posición unificada entre Europa y Japón a favor de la estabilidad, la legalidad internacional y la cooperación multilateral.
Canadá, lejos de mostrarse como actor pasivo, reafirmó su peso estratégico:
✔️ Es el segundo país más grande del mundo.
✔️ Posee reservas clave de agua dulce, minerales críticos, petróleo, gas y bosques.
✔️ Tiene una sociedad moderna, inclusiva y con altos estándares democráticos.
✔️ Es una potencia energética y tecnológica con liderazgo en temas como cambio climático, inteligencia artificial y derechos humanos.
Lo que Trump ve como “territorio subutilizado” es, en realidad, un modelo de nación que ha apostado por la equidad, el medio ambiente y el consenso. Aunque con apenas 40 millones de habitantes, Canadá es un gigante en influencia y diplomacia.
“El interés estadounidense no es geopolítico: es extractivo”, opinó desde Ottawa una analista de relaciones exteriores. “Pero subestiman algo: Canadá no está solo, ni está dispuesto a ser tratado como retaguardia de nadie”.
La respuesta canadiense tras la cumbre fue clara:
unidad nacional, respaldo parlamentario a Trudeau y una declaración firme: “No toleraremos presiones ni amenazas sobre nuestra soberanía territorial o económica”.
El hecho de que este posicionamiento se haya dado en casa, como anfitrión del G7, no es menor. Canadá usó el escenario global para mostrar que su voz no tiembla. Que la mesura no es debilidad. Que la cortesía también sabe defenderse.
Mientras Trump levanta muros discursivos, Canadá tiende puentes con firmeza, con visión y con principios. Y desde el norte, deja claro que la dignidad también tiene frontera.